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lunes, 20 de noviembre de 2006

Cómo estabilizar una fe vacilante

Cómo estabilizar una fe vacilante Mateo 21:18-22
Si nuestra fe vacila, eso nos impedirá recibir las bendiciones de Dios. Él no puede violar Su propia norma respondiendo a una oración hecha por alguien que duda. Los creyentes que han decidido tener una fe firme, pueden esperar que el Señor les conceda su petición o incluso algo mejor. Para estabilizar la fe se requieren dos acciones: 1) Creer que el Señor es fiel. Los sentimientos de inseguridad están atados a nuestras circunstancias, pero en lugar de eso nuestra mente y nuestro corazón pueden ser atados al Señor. ?Me niego a seguir dudando de mi Dios?, debe ser el grito de batalla de los creyentes que enfrentan sufrimientos y dificultades. Cuando el Engañador nos susurra desánimo, podemos decirle que sabemos quién es Dios, y que Él hará lo que promete. Satanás no puede argumentar con una fe firme. 2) Leer la Palabra de Dios y creer en Sus promesas. Cuando meditamos en las seguridades que nos da el Señor, nuestra vida diaria se empapa de ellas. A medida que nuestra mente y nuestro espíritu se llenan con los pensamientos del Padre celestial, comenzamos a pensar como Él piensa. Siempre que nos alimentemos con las Escrituras, por medio de un sermón, o un estudio bíblico personal, debemos dedicar tiempo para meditar en el pasaje. Al enfrentar situaciones difíciles y si nuestra fe comienza a vacilar, recordaremos las promesas de Dios y permaneceremos firmes en nuestra decisión de confiar en Él. Los creyentes que estabilizan su fe oran específicamente, de acuerdo a las promesas de Dios. Desde nuestra primera oración, podemos vivir confiados de que Él actuará.

El llamado a la Santidad

El llamado a la santidad 1 Pedro 1:13-2:3
Los cristianos son llamados a “santificarse”, a tener una vida santa. La santidad significa que una persona es apartada por Dios para Sus propósitos. Este proceso de santificación comienza en el momento que recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador personal, y continúa por el resto de nuestras vidas. El Espíritu Santo pone a nuestra voluntad y a nuestros anhelos en armonía con los Suyos. Si nos sometemos a Él, comenzaremos a desear lo que Él desea (Sal. 37:4). Con Su dirección, elegiremos consagrar nuestra conducta, nuestra conversación y finalmente nuestro carácter, a Dios solamente. El Espíritu Santo nos enseña cómo hacer de la santidad un estilo de vida. Dios nos ha puesto donde vivimos y trabajamos, no para ser unos “santurrones” ni para vivir en incubadoras, sino para reflejar verdaderamente quién es Cristo en medio de las personas. Si estamos en el proceso de ser hechos conformes a la imagen de Jesús, entonces cuanto más vivamos y más maduremos espiritualmente, más capaces serán los demás de reconocer al Salvador en nosotros. Nuestros corazones deben ser cada vez más blandos, y nuestra disposición de amar y de servir debe aumentar. Si somos embajadores de Cristo, nuestras vidas deben ser santas; de lo contrario, lo estamos representado mal. Si somos el cuerpo de Cristo, nuestras manos son Sus manos, nuestros ojos son Sus ojos, y nuestros pies son Sus pies. Si dejamos que Jesús hable, ame y sirva a través de nosotros, los demás se verán impulsados a preguntar por qué nuestras vidas son tan vibrantes. El creyente tiene un llamado a la santidad.

El Llamado a Servir

El llamado a servir Juan 13:1-17
Dios nos ha llamado no sólo para recibir salvación; sino también para servir. Fuimos creados para ser Sus servidores, andando en las pisadas de Jesús y dando Su vida a todo lo que tocamos (Ef. 2:10). El servicio al Señor no está reservado a los pastores o a los misioneros. Todo hijo de Dios está llamado al servicio cristiano a tiempo completo, donde esté viviendo o trabajando, y ha sido equipado con dones especiales a tal fin. Las aptitudes que usted tiene se adaptan perfectamente a los planes de Dios y al efecto que Él quiere que tenga sobre los demás (1 P. 4:10). Muchos piensan equivocadamente que la única forma de servir a Dios es dentro de la iglesia, pero hay miles de posibilidades: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23). Si está viviendo una vida de santidad, reflejará a Cristo en “todo” lo que haga. Así como la vida terrenal del Salvador se caracterizó por una actitud de servicio hacia los demás (Mt. 20:28), Sus seguidores también deben ser servidores. ¿Por qué razón, entonces, hay tantos cristianos que prefieren ser servidos antes que servir? El verdadero servicio comienza con un corazón que dice: “Padre, soy Tuyo, y todo lo que tengo es Tuyo. Tú eres mi Señor y mi Dios, digno de todo lo que puedo dar. Mi respuesta es sí a todo lo que quieres que haga, no importa que sea grande o pequeño. Tú has prometido equiparme y ungirme con Tu Espíritu para capacitarme en todo lo que me has llamado a hacer, y por esto estoy aquí como Tu servidor”.

Toby Mac -- Gone